EL CEMENTERIO DEL SUR
LUIS O. CORTESE
En el artículo denominado “Un cementerio desconocido del sur porteño” recordábamos algunos antecedentes referidos a la necesidad de un enterratorio en esa zona de la ciudad de Buenos Aires. Ahora avanzamos sobre el “definitivo” Cementerio del Sur, ubicado donde hoy está el parque Florentino Ameghino, en la superficie limitada por la avenida Caseros y las calles Uspallata, Santa Cruz y Monasterio, frente a la ex-cárcel de Caseros yel Hospital Muñiz.
En el año 1859 el Cementerio del Sur continuaba “... todavía lo mismo que antes, es decir subsiste en proyecto, aún cuando ha adelantado algo en el estudio de ciertos detalles en los cuales se ha detenido este año más. Al ocuparse el Consejo de este asunto (el Asilo de Dementes) consideró también como llevar a efecto la construcción del cementerio del Sur, obra urgentísima y que no puede sufrir más postergaciones, y prevaleció la opinión de que oportunamente se encomendaría a la misma Comisión encargada de la Casa de Dementes a fin de que, con los conocimientos prácticos adquiridos por ella puedan obtenerse economías y garantías de otra naturaleza. Pero nada se resolvió sobre esto , y cabrá a la nueva Municipalidad la satisfacción de dotar al país de este edificio, que los precedentes no pudieron realizar. Existen recursos votados por la Legislatura para las dos obras, procedentes del producto de los terrenos del municipio vendidos y que se vendieren en adelante, aplicando además a la construcción del cementerio el producto de la venta de sepulturas en él. De manera que solo falta vencer los inconvenientes de detalle que se han presentado hasta la fecha para satisfacer esa necesidad que cada día es más premiosa.” (1)
Como vemos en las citas anteriores, las dificultades de todo tipo que atravesaba la orgullosa provincia-estado de Buenos Aires, impedían la concreción de muchas y muy diferentes obras públicas de necesidad para una “gran aldea” en crecimiento.
La Memoria Municipal de 1860 informa que “... ha terminado otro año más, y todavía la ciudad no ha podido ver realizada esta obra tan necesaria, al paso que la población se estiende en todos sentidos. Desde la formación de la Municipalidad se encuentra á su consideración este proyecto, pero todavía está paralizado. Un plano estaba ya adoptado: se había determinado que el cementerio se levantaría en ... la Convalescencia...”, pero los problemas de nivelación del terreno y la escasez de fondos, obligaron a la modificación de los planos primitivos. Más adelante se pasó a considerar una nota de la Comisión del Cementerio “... en desempeño del cargo que se le confirió de determinar un terreno para aquel, e indicando uno de la testamentería de Benabente, quedando resuelto lo que sigue: autorízase a la Comisión del Cementerio del Sud, para hacer propuestas en pública subasta o en compra particular, sobre el terreno más conveniente para la construcción de la obra. ” (2)
El procurador municipal informa en 1861 sobre el terreno adquirido a Federico Mejías, para trasladar los corrales del sud y construir un cementerio, diciendo que “... con $10.000 pesos se soluciona el problema, creado por ser el terreno entregado menor en superficie que el ofrecido, al practicarse las mensuras...”. Se aprueba la propuesta, si antes del primer viernes de junio no se encontraran otros terrenos. (3) El ingeniero municipal, Antonio Canale, había informado que levantado el plano del terreno comprado a Mejía para Cementerio y Corrales de Abasto, “... resultó la falta de las 100.000 varas de que se ha hecho mención en otra parte de esta memoria. El primer asunto que el Gobierno pasó a la Municipalidad, apenas instalada en 1856, fue el relativo al Cementerio del Sud, pero hasta la fecha continúa en proyecto, aunque está fuera de duda la urgencia de su construcción. Ese plano (el de Prilidiano Pueyrredón) fue adaptado a los terrenos de la Convalescencia, que se designaron para el cementerio, pero fue preciso modificarlo después... En 1860 se resolvió no construirle en los terrenos designados y se compró otro a 32 cuadras de la Plaza de la Victoria, para levantar en él los corrales y el cementerio. El litis que hubo que entablar con el vendedor ... por la falta que resultó de su área hizo perder el año y hoy queda a la Municipalidad de 1862 el deber de llevar a ejecución estos dos proyectos.” (4)
Las consideraciones realizadas por Prilidiano Pueyrredón, que transcribe la Memoria de 1860, no son tomadas en cuenta. Se analizan las propuestas de obra consideradas más ventajosas, pero evidentemente nada de esto se lleva a cabo.
Para 1861 se elimina del presupuesto la partida de 15.000 pesos prevista desde el año anterior para el funcionamiento del cementerio, por cuanto “... aunque es posible que esté en servicio para 1862, los fondos que se necesitaren podrán tomarse de los mismos productos de la venta de sepulturas en dicho cementerio.”
El año 1862 sigue con Buenos Aires sin nuevo cementerio: “ Suspendida la realización de esta obra tan reclamada por las necesidades de la población, entre otros motivos por el muy principal de no haberse resuelto aún si la municipalidad ha de hacerlo por si misma o por empresa particular, nada casi se ha hecho en ese sentido, sin embargo de haberse recibido ya propuestas para la construcción de los Corrales del Sud, con la que en un principio se creyó debía ser simultánea. Ese fundamento en primer lugar y el no menos atendible de las crecidas erogaciones, privilegios y exenciones que reclamaba, determinaron al Consejo a rechazar una propuesta de D. Leopoldo Rocchi para la reconstrucción (?) del espresado cementerio.” (5)
Todavía en 1866, a pesar de la aparente compra de los terrenos a los que debían ser trasladados los mataderos y para la construcción del meneado cementerio, encontramos : “Corrales del sur : No ha podido procederse a su traslado. Se nombró una comisión para pedir al gobierno la cesión de una fracción de terreno de bañado, lindero al de la Municipalidad, para ver si a los corrales podría agregarse el tan necesario cementerio ”, siendo en este caso posible que se lo intentara construir en los bajos del actual Parque de los Patricios. (6)
“Nada ha podido hacerse ... a fin de llenar una necesidad indispensable, ... La comisión anterior ordenó su construcción a fines de 1865 en el terreno de propiedad de la municipalidad en que se pensó establecer los Corrales del Sud . Al dar principio a la obra, algunos abastecedores ocurrieron al Gobierno (de la Provincia), pidiendo no se permitiese su continuación, en razón, según ellos, de que ese terreno había sido comprado con destino exclusivo a corrales de abasto, y con el producido del aumento en el impuesto del ramo, que con ese objeto había sido sancionado. El Gobierno mandó suspender la obra y desde fines de 1865 en que la Municipalidad dio el informe que se le pidió, no obstante varias gestiones verbales y por escrito, no ha podido obtener el despacho definitivo del expediente, ni siquiera saber el curso que se ha dado a esa solicitud, de cuyo fundamento puede formarse una apreciación exacta, por el solo hecho de haber sido comprado el terreno un año antes de sancionarse el aumento del impuesto, aumento que no fue solicitado ni aún indicado por la Municipalidad.” (7)
El 14 de febrero de 1866 el presidente de la Municipalidad, Juan B. Peña, observa que, en razón de la situación de emergencia económica de ese organismo, no se debería emprender una obra de la magnitud del cementerio, para la que se carecía de fondos, indicando Azcuénaga que tal vez podría disponerse de 300.000 pesos, sobrantes de la obra de la Casa de Dementes. Dada la importancia del tema, discusiones posteriores en la corporación nos ponen al tanto que “... es indudablemente urgente y conveniente el establecimiento del cementerio ... pero la dificultad está en los medios de hacerlo ... que la municipalidad no los tiene y debe pedirlos... ”, lo cual obliga a “ Oficiar al poder ejecutivo, pidiéndole el despacho inmediato del expediente relativo ... haciendo presente la extremidad á que se halla reducida la corporación... ” por la falta de lugar en el Cementerio del Norte. (8)
Un documento del 10 de abril de 1867, de los integrantes de las secciones de Higiene y Obras Públicas, Letamendi, Drabble y Lanús, al presidente de la Municipalidad, informa su opinión respecto de construir el cementerio y acerca del terreno que “... con ventaja sobre los demás que se han tenido en vista puede servir ... Este es ... el denominado del Sr. Mejía, situado en la calle de Caseros al Norte, al Oeste calle Sola ó de los Pozos, al Sud calle proyectada de Ituzaingo, y al Este lindero con terrenos de Dn. Felipe Granados y Dn. Claudio Mejía ... El área que comprende este terreno es precisamente de tres cuadras cuadradas. Las secciones darán verbalmente al Consejo las explicaciones y conocimientos que fueran necesarios para la resolución que estime conveniente adoptar en tan importante asunto.” (9)
En la sesión de la Corporación Municipal del 3 de mayo se discutió dónde se construiría el enterratorio, siendo dos los terrenos: el de Benavente y el de Mejía (o Mejías), resultando elegido este último. Votaron por el mismo el Vicepresidente, Miguel J. de Azcuénaga y los representantes Juan Acuña, Antonio Ferrari, José Herrera, Adolfo Klengel, Juan Lanús, Vicente Letamendi y José María Posse, mientras que Eduardo O´Gorman, Samuel B. Hale y Jorge W. Drable lo hacían por el de Benavente.
Así terminó construyéndose el cementerio, luego de haber tratado con Mejía el precio del terreno, que “...era el mismo pedido a la anterior comisión, esto es, 300.000 pesos al contado o 350.000 a plazo.” Sus medidas eran de 225 por 224 varas (50.400 v2.), quedando dispuesto que “...la misma comisión comprara el terreno al contado, por el precio pedido, o menos si fuera posible.” (10) En otro documento a misma comisión rechaza “... el terreno que ofrece la Sra. de Viola para construir (el cementerio) ... ya que no llena las condiciones requeridas para este objeto, pues es un bañado ...”. Tal vez este rechazo haya contribuido a la controversia que poco después iniciaran algunos propietarios - encabezados por el Dr. Navarro Viola -, contra la Municipalidad por la construcción en el terreno de Mejía. (11) La oposición era persistente y no faltaban razones, motivadas algunas por las controversias políticas entre la Sección de Higiene de la Municipalidad, la Comisión Especial de Higiene y otros estamentos del poder, sin tener en cuenta los intereses a que nos referiremos brevemente más adelante, o las consideraciones científicas relacionadas con el aumento de las epidemias y el incremento de la población de la ciudad.
Ya el 29 de abril de 1867, la “Comisión especial encargada de dar su opinión a la Municipalidad sobre el terreno más aparente para establecer el Cementerio al Sud ... en armonía con las necesidades de una población siempre creciente y con los preceptos de la hijiene pública, cumplen con el deber de manifestar terminantemente que... debe construirse en el terreno de propiedad particular conocido por de Benavente (hacia el actual Parque de los Patricios) ... pudiendo entonces la Municipalidad destinar para Matadero público el terreno de su propiedad (el de Mejía) ... y debe tener presente desde ya que en la distancia entre ambos terrenos y a dos cuadras en circunferencia del Cementerio proyectado no se ha de permitir la plantación de establecimientos insalubres.” Firman Claudio Amoedo, Leopoldo Montes de Oca, Miguel Puiggari y Carlos Pellegrini. (12)
El 8 de mayo Nicolás Avellaneda se dirige al presidente de la Municipalidad, Juan B. Peña, adjuntando un informe del 5 de mayo que le habían dirigido los Dres. Drago y Montes de Oca e indicando que el gobierno “... se ha abstenido de tomar parte en este asunto, por no ser de su competencia; pero cree; que si esa Corporación considera fundada las razones del Consejo, podría reconsiderar su citada resolución...”, que era la de construir el cementerio donde se construyó. (13)
Ellos dicen que “... vienen a protestar en nombre de los sagrados intereses de la higiene pública, contra una resolución municipal publicada en la “Tribuna” de ayer, y referente al Cementerio del Sud de la Ciudad. La Municipalidad, compuesta de personas muy recomendables pero que no pueden considerarse competentes en asuntos de higiene y salubridad, desoyendo la opinión que debe tenerse por autorizada, del Consejo, representado en esa ocasión por una Comisión de tres de sus miembros, opinión que fue solicitada por la misma Municipalidad, ha resuelto establecer el Cementerio permanente del Sud en un terreno completamente inapropiado para el objeto... se abstendrá en adelante de informar a la Municipalidad en los asuntos que ella somete al dictamen de esta Corporación pro-forma solamente.” Alsina y Avellaneda contestan que el Gobierno “... deplora la falta de acuerdo que se manifiesta entre el Consejo de Higiene y la Municipalidad”, pero que siendo ésta independiente en sus funciones, no pueden ellos modificar las determinaciones que toma en uso de las facultades que le otorga la ley.
El 29 de mayo será el presidente de la Municipalidad de San José de Flores, Gervasio Castro, quien se dirige al Gobierno de la Provincia, con el fin que éste “...quiera interponer su autoridad a efecto de contener los avances de la Municipalidad de la Ciudad...”, acompañando la solicitud que le han dirigido propietarios de ese partido vecinos de donde se establecería el cementerio. (14)
Esta era una nueva vuelta de tuerca... que tampoco era nueva, ya que había comenzado a girar algunos años antes, como consta en una solicitada aparecida en el diario “El Pueblo” los días 25 y 26 de agosto de 1865, requiriendo, entre otras cosas, que el cementerio se ubicase en el nuevo terreno comprado para los corrales, en la zona del actual Parque de los Patricios (que también estaba dentro del partido de Flores). Los firmantes eran todos fuertes propietarios de la zona, preocupados por la desvalorización de sus intereses inmobiliarios, que presumiblemente serían afectados por la implantación de este enterratorio. Miguel Navarro Viola, Nicanor Benavente, Felipe y Blas Granara, Marcos Costa, Ambrosio Lezica, Francisco Moreno, Daniel Gowland, Juan N. Fernández, Gerónimo y Santiago Rocca, José, Juan y Andrés Podestá, etc., son algunos de los firmantes de esa solicitada.
“Nuestra oposición, Excmo. Señor, no puede ser más justa, desde que esta corporación en su territorio tiene idénticos derechos a la de la ciudad en el suyo, y no hemos de permitir, como ella lo haría en nuestro caso, que se atropellen sin ninguna consideración los derechos que la Ley fundamental acordó a la nuestra... Descansamos pues tranquilos, que V.E. pesando las razones de nuestro derecho, interpondrá su autoridad para que no se lleve a efecto, al menos en la forma acordada, la planteación del Cementerio del Sud.”
El 7 de junio la corporación trató la nota de Castro, opinando el representante Juan Anchorena que era “... conveniente aplazar el asunto, pues a su juicio el derecho de la municipalidad de Flores es evidente y debe respetarlo la de la ciudad ... que si la nota es irrespetuosa en la forma, es justa en el fondo, y que sobre ella no hay que dirigirse al gobierno (de la provincia), que no debe nunca tener más intervención que la que la ley le dé, en lo relativo a la municipalidad de la ciudad.”
Pone en duda Letamendi los verdaderos intereses de los de Flores, ya que en ese mismo partido están los dos terrenos y no se opone a la ubicación en el de Benavente, agregando que reconocer el derecho que aquella pretende, implicaría la imposibilidad de construir el cementerio, pues el municipio de la ciudad no tiene terrenos que sirvan a ese fin. Azcuénaga reitera que la obra del cementerio y la de los corrales están ligadas, “... y debe por lo mismo tomarse la calle que conduzca a las dos, y como la apertura de ella es un derecho de la municipalidad, puede ordenarla en otra que no sea la de Caseros, que es la que da al terreno del doctor Mejía, completamente inadecuado para su objeto, pues si se abre en él, como debe hacerse, una calle de cien varas de ancho, el cementerio no duraría treinta o cuarenta años, y los cadáveres vendrán a quedar pared por medio con las casas particulares...”, mientras que el terreno de Benavente, serviría “... durante cuatro o cinco siglos, el que debe expropiarse pues el precio que se pide por él es absurdo; que establecido el cementerio en él, podrá utilizarse el ferrocarril en la conducción de los cadáveres; que tal es su opinión invariable y que no está por su aplazamiento, pues es ridículo después de cerca de cincuenta años que se agita esta cuestión.” (15)
Determina la corporación dirigirse al Asesor Municipal, remitiendo los antecedentes el 19 de junio para que dictamine sobre el derecho que le asiste a la Municipalidad de Flores para oponerse a la construcción del cementerio, obteniendo respuesta el 28. Dice que ambas municipalidades tienen el deber de velar por la salud pública en sus respectivas áreas de influencia, ya que se trata de un establecimiento “... reputado insalubre.. La Municipalidad de San José de Flores, Señor Presidente, no se opone ni puede oponerse a mi juicio al establecimiento del Cementerio... en terrenos de su municipio, sino en cuanto el local que para ello se elija pueda ser nocivo a la salubridad de algún centro de población allí existente. Y tan es así, que solo en este sentido pueden tomarse ... el tercer párrafo de su nota ... cuando dice : “que nada tendría que observar si la de la ciudad al dar en disposición en el asunto que nos ocupa hubiese guardado estrictamente las prescripciones de la ley de la materia ” ... Por consiguiente si el local ... estuviera inmediato a un centro considerable de población y el terreno... ella estaría ... en un perfecto derecho para oponerse al establecimiento... en aquel paraje, no por otra razón. Si por el contrario, el terreno ... fuese tal cual lo dice la Comisión Especial en su dictamen, y estuviere en un paraje despoblado, la Municipalidad de Flores no tendría desde luego derecho a oponerse al establecimiento ... por cuanto no habría allí un centro de población a quien pudiere perjudicar ni salubridad pública por quien velar.” Continúa luego haciendo referencia a una resolución de abril de 1804, que los vecinos aducen como “ ley vigente ”, lo que es desestimado por el Asesor, trasladando la decisión definitiva a la Municipalidad de Buenos Aires, que “... está desde luego en aptitud de poder apreciar debidamente la justicia o injusticia de la oposición que hace la de Flores a la formación del cementerio en el lugar que se trata, y en aptitud también de poder adoptar la resolución que debe poner fin de una vez a este tan retardado asunto.”
Entretanto, había continuado la discusión del tema en la corporación, enfrentándose nuevamente las posiciones. Anchorena sostiene con vehemencia que “... todos los peritos con quienes ha hablado están contra el cementerio en el terreno elegido (el de Mejía), que solo algunos señores municipales encuentran bueno, contrariando el dictamen del consejo de higiene y la opinión pública; que nunca ha estado por las aclamaciones que son hijas siempre del sentimiento y no del cálculo razonado, motivo por el que se abstuvo de ir a inspeccionar el terreno, sabiendo de antemano lo que habría de suceder, a saber, que con motivo del cólera, cualquier terreno había de ser considerado aparente, aunque contrariara las prescripciones de la ciencia y hasta las que recomiendan en la ley de 1864, citadas por el asesor.”
Letamendi acusa a los opositores al terreno de Mejía de ser “... apoderados de un ausente, que tiene su propiedad frente del terreno elegido y gestionan desde ahora la traza de calles en el, para pedir su apertura, cuando adquiera mayor valor.” Sometido a votación si se reconsideraba o no la resolución de establecer el cementerio en el terreno de Mejía, ésta resulta negativa, por lo que se confirma el uso de este predio.
Poco tiempo después, el municipio porteño vuelve a tratar el tema y el concejal Horacio Varela hace “... indicación para que se realizara cuanto antes la obra ... una vez que ha desaparecido el único obstáculo que la impedía, la oposición de la municipalidad de Flores, con la ley ensanchando el municipio de la ciudad.” (16)
La oposición de aquella municipalidad, en efecto, había durado hasta el 30 de octubre de 1867, fecha en que el dictado de la Ley Nº 522 de la Provincia de Buenos Aires, determinó los nuevos límites del Municipio de la Ciudad, y los trasladó hasta la línea de las actuales calles Boedo-Sáenz, quitando del área de Flores los terrenos en litigio.(17)
Se nombró una comisión para tratar con el Dr. Mejía la compra de sus terrenos, integrada por el nombrado Varela, Eulogio Cuenca y Juan Lagos, la cual informa que “...había firmado boleto ... por el precio de 300.000 pesos ... quedando la sección de higiene encargada de adoptar todas las medidas necesarias para habilitar a la brevedad posible el nuevo cementerio, oficiándose oportunamente al señor arzobispo para que disponga el envío del capellán y demás que corresponda.”
Las tierras de este cementerio habrían formado parte de la quinta de Carlos Escalada, por compra de José Antonio de Escalada. Según versiones, ya que no existe prueba documental definitiva, en esta quinta habría fallecido la esposa del Gral. José de San Martín, Remedios de Escalada. Los límites y los propietarios vecinos al terreno en 1867 eran G. y E. Seeber al Este; Downes al Norte, Caseros por medio; Marcos Costa al Sur y Miguel Navarro Viola al Oeste, calle sin nombre por medio. (18)
El 16 de diciembre de 1867, los vecinos del “Barrio de Caceros” Jacinto y Juan Susbiela, Nicanor Benavente, Marcos Costa, José y Juan Granara se dirigen a la Municipalidad de Buenos Aires, ante la que habían reiterado sus quejas, diciendo que “... hace dos meses más o menos que esperamos resolución en dicho expediente y como nos perjudica enormemente semejante morosidad, a Uds. pedimos se sirvan dictar la correspondiente (resolución) a la brevedad, pues así procede de justicia.” Al otro día de aquella nota se inaugura el cementerio, apuradas las autoridades por las sucesivas epidemias de cólera, mientras el litigio del que hablábamos continuará por otros carriles, ya que los vecinos, en 1868, recurrirán a la justicia.
En ese sitio permanecerá habilitado hasta junio de 1871, y abierto al público hasta los primeros años de la última década del siglo XIX, en que fue transformado en la actual Plaza Ameghino. Y estas serán otras historias.
El gobierno del municipio procede a la habilitación del cementerio definitivo del sur el 17 de diciembre de 1867. Encontramos en un trabajo realizado por un investigador de la historia de los cementerios porteños una referencia a este enterratorio, “... la cólera de 1867 obligó a la apertura el día 24 de diciembre de otros dos cementerios, el del Sud, Caseros y el del Oeste. El primero fue llenado completamente con la fiebre amarilla de 1871...” (19) También Liliana Barela y Julio Villagrán Padilla citan como día de la inauguración el 24 de diciembre. (20)
Nosotros nos reiteramos en considerar, a la luz de la documentación con que trabajamos, que esa fecha es errónea. ¿Porqué? Porque el 17 de diciembre de 1867 Carlos Munilla escribe al presidente de la municipalidad para ofrecerse como Administrador General del cementerio “... en virtud de tener las aptitudes necesarias para desempeñarlo, tomando en consideración los servicios gratuitos que presté en la anterior epidemia y que soy padre de una numerosa familia.” Y la pronta respuesta le llega rápidamente, como curioso modelo de prontitud burocrática. En la sesión de la corporación municipal de ese mismo día 17 el sr. Letamendi planteó que “... estando ya habilitado el local del cementerio del sud, era necesario proceder al nombramiento de un administrador del mismo. Así se dispuso, asignándole un sueldo de 1.800 pesos mensuales procediéndose en seguida a la elección de la persona que debía desempeñar esa plaza, resultando electo el Sr. Don Carlos D. Munilla.” (21) Con esta favorable respuesta, queda éste a a cargo del definitivo Cementerio del Sud hasta que, con el correr del tiempo y luego de la fiebre amarilla de 1871, el hombre, que ha pasado por desagradables desventuras, queda al descubierto en algunas “picardías” y es exonerado, escándalo por medio, a partir de julio de 1872.
La recrudescencia de la epidemia del cólera motiva que el encargado de la conducción de los muertos al nuevo cementerio informe que “... no podía llenar su cometido por ser insuficientes los medios de que disponía con arreglo al contrato...”, acordándose que mientras fuese necesario empleáse “...cualquier medio de transporte, dando un vale por cada viaje para ser satisfecho por la municipalidad.”
En abril de 1868 (22) se determinan las horas hábiles para recibir los cadáveres, que serían “... las que median entre la salida y la puesta del sol...”, mientras que en junio la Municipalidad trata la propuesta de adquirir un terreno vecino para enterrar a los muertos por epidemias, “... en lugar separado de la de las otras enfermedades.” (23)
Para agosto de 1869 se recomienda la construcción de nichos, porque además de ser higiénicos, “... tenían la ventaja de servir una gran masa de población flotante de la Boca y Barracas que no puede o quiere construir una bóveda ni ser sepultada en tierra...”, mientras que se autoriza la colocación de postes y cadenas para preservar la vereda y los árboles plantados en el frente que daba a la calle Caseros.
Hablar en esos tiempos de este enterratorio como lugar para el descanso de los sepultados, no dejaba de ser una ironía cruel, ya que en este descampado no había protección alguna para el sueño eterno. Un año antes, el administrador Munilla había informado el desastre producido por “... una yegüada que se calcula de ochocientos a mil animales, los que han volteado y destruído todo el cerco del costado este de este Cementerio y parte del costado Sud...”, por lo que asevera que “... es llegado el caso urgente de proceder al cercado ... pues no solo es inmoral e impropio el que los deudos de los que han pasado a mejor vida estén viendo con las lágrimas en los hojos, pasar por encima de estos cadáveres caballos, vacas, lleguas y ultimamente cuanto animal pasa por este cementerio... sino que todos los que estamos al cuidado de este terreno sagrado nos esponemos diariamente con motivo de querer salvar el honor de la Corporación Municipal.”
Acotemos que los propietarios de los terrenos ubicados hacia el Sur, donde ahora está el hospital Muñiz, utilizaban la calle central del cementerio para circular hacia sus propiedades con las haciendas, de acuerdo a otro documento en el que se autoriza la colocación de una tranquera en ese sitio, generando una especie de servidumbre de paso. Santa Cruz no estaba abierta y Monasterio era un zanjón en apariencia poco utilizable.
En ese mismo año, el concejal Luis Tamini informaba que la comisión municipal había dispuesto que se hiciera un nuevo cementerio “...en la Chacarita, a cuyo efecto había pasado una nota al gobierno, la que ha quedado sin contestación, permaneciendo en consecuencia estacionario este asunto, que es urgente resolver.”
Luego, en el inevitable intercambio de opiniones, vuelve a aparecer nuestro cementerio, proponiendo el concejal Sebastián Casares que se comprara el terreno del fondo, para “... cumplir la sanción respecto del protestante...”, que debía ser levantado de su ubicación, bastante céntrica ya entonces.
El 26 de octubre la corporación se reúne considerando el presidente, José Roque Pérez, que la cuestión del cementerio “...era una de las que más preocupaba la atención de la municipalidad...”, siendo conveniente mejorar sus condiciones, ya que en él “... se está haciendo un edificio costoso en desproporción con las dimensiones del terreno, que conviene ensanchar para que sirva para las necesidades del futuro; que esto puede hacerse fácilmente pues se ofrece en venta por el precio de 105.000 pesos la manzana un espacioso terreno inmediato; que adquirido a dicho precio que es hoy bajo, el indicado terreno... (facilitará) hacer efectivo el convenio para la clausura del actual cementerio protestante, facilitando una parte para la construcción del nuevo.” Se comisiona a ese efecto a los sres. Casares y Tamini, debiendo abonar el gasto “... con los fondos del empréstito del Banco, a reembolsar el producto de la venta de terrenos municipales.”
Un informe del 1º de junio de 1870 indica que durante el mes de mayo las inhumaciones alcanzaron la cantidad de 81 adultos y 30 párvulos varones y 17 adultas y 17 párvulas mujeres, haciendo un total de 145 cadáveres.
El 22 de julio de ese mismo año aparece una propuesta para la construcción un sepulcro que contenga los restos de argentinos fallecidos en la campaña del Paraguay, y ante ello se aconseja que previa su determinación, se tenga en cuenta la posibilidad de hacer un solo enterratorio en la Chacarita. En consecuencia, sería en ese sitio donde debería erigirse cualquier monumento, ya que los otros cementerios desaparecerían.
¿Cuál era el presupuesto que la Municipalidad destinaba a esta necrópolis sureña en ese año? No resultaba mucho mayor que el del Norte: para el administrador, pesos 2.500; un auxiliar, 1.200; un capellán, 1.000; un capataz, 800; 4 peones, á 600 pesos c/u ($ 2.400), cal, 800; alumbrado y gastos de la oficina, 200 y vestuario (al año) $ 2.000. (24)
La epidemia de fiebre amarilla de 1871 colmó las posibilidades del enterratorio en pocos días, motivando la apertura de urgencia del primer cementerio en la zona de la Chacarita. Para septiembre de ese año, finalizada la epidemia, el concejal Dalmiro Huergo presenta el siguiente proyecto:
“ 1º - Disponiendo la clausura definitiva de los actuales cementerios (del Sur, del Norte y Disidentes) con exclusión del de la Chacarita, determinando que los dueños de bóvedas en ellos, puedan depositar en ellas, los restos de sus deudos inhumados en este, con sujección al reglamento artículos 26 y 27 y proponiendo el nombramiento de una comisión compuesta de los señores Sassemberg, Livingston, Martinez de Hoz y Arrufó, a fin de hacer efectivo el convenio referente al protestante, prescribiendo al mismo tiempo, que el producido del de la Chacarita, sea destinado á gastos de él y que se pidan al gobierno de la provincia, los planos que de él tiene. 2º - Prescribiendo la traslación al archivo de la municipalidad, del de los cementerios clausurados y reduciendo á un guardián y cuatro ó seis peones, según su capacidad, el personal de los mismos.” (25)
En la Memoria Municipal de 1871/1872, año el primero de la conocida epidemia, aparecen los informes que nos hacen saber que, con la peste, hasta las calles internas habían sido utilizadas para los entierros.
“ El Cementerio del Sur permanece cerrado. Fue tal la aglomeración del servicio durante la epidemia que por esa razón los libros no habían quedado arreglados, trabajo que su administrador ejecuta, mediante los documentos y antecedentes que existían archivados.”
No por la epidemia se dejaron de realizar trabajos en la nueva necrópolis, ya que, por ejemplo, se empedró con piedra chica su frente, mientras que se habían plantado, entre el 15 de julio y el 15 de diciembre de 1871, “... 365 eucaliptus, 407 lilas, 175 palmas y 50 cipreses, lo que hace un total de 1.000 árboles, contando hoy con una cantidad que asciende a cerca de 5.000 ”, agregando el informe que “ Los cementerios se hallan en muy buenas condiciones higiénicas. El del Sud, como se sabe, está clausurado, y su hermoso plantío hace que ese lúgubre local se convierta en un delicioso parque en donde afluye diariamente un inmenso gentío a visitarle, y es ahí en donde se halla el monumento que ha de perpetuar la memoria de los que rindieron su existencia por servir a sus semejantes...”
El recordatorio, de mármol blanco de Carrara, se levantó cumplimentando lo determinado por el texto de la Ordenanza del 10 de mayo de 1872, que destina la suma de $ 50.000 para la obra, destinado a “... conmemorar la virtud, la abnegación y el sacrificio a que dió causa la epidemia de 1871 ”, de cuyo proyecto fue autor el miembro de la Comisión Municipal de 1871 Dr. Octavio Garrigós, y que fue construido bajo la dirección del ingeniero municipal, Sienra y Carranza. Para 1873, el cementerio está tasado en 800.000 pesos en la “Relación de las propiedades municipales“, se habían plantado 1.000 rosales y pintado 60 metros de reja y el portón del frente.
“El Cementerio del Sud ha sido convenientemente arreglado por los trabajadores de esta Sección (de Obras Públicas) a fin de dejarlo en estado de que su conservación pueda verificarse sin erogaciones futuras y con poco trabajo. El MAUSOLEO que hoy se levanta en su centro, consagrado a honrar la memoria de los que murieron víctimas de su amor a la humanidad en la pasada epidemia, es digno del noble sentimiento que lo mandó erigir , y concluido , hará de aquel solitario lugar, no solo la mansión de los muertos que acusan a las autoridades que fueron, y enseñan a las venideras, sino una elocuente cátedra donde nuestros médicos, nuestros hombres públicos y nuestro pueblo vayan a aprender cómo se practican las teorías del Evangelio y de la democracia, y cuán grande es el apoteosis que los pueblos como Buenos Aires levantan a los gloriosos mártires de la más sublime de las virtudes humanas, la caridad.” (26)
Algunas precisiones que nos refieren a la historia de este cementerio las encontramos en las Memorias del año 1884, cuando ya estaba desactivado como enterratorio, aunque no clausurado para el público que concurría a visitar a sus muertos:
“Este enterratorio, ubicado entre las calles de Caseros, Ituzaingo y Pozos (sic), con 194 m. a la primera, 193 a la segunda y 245 a la tercera es de propiedad municipal, comprado el terreno el 20 de diciembre de 1867 a D. Claudio Mejía (27) en la cantidad de $ 300.000.- papel moneda. La extensión total que mide es de 4 ha. con 43 a. en forma cuadrilonga. Fue abierto al servicio público el 24 de diciembre de 1867 (28) en circunstancias que la epidemia del cólera declinaba de su fuerza y se dividió en cuatro secciones señaladas con las letras A/B/C/D, repartidas en calles rectas de 10 metros de ancho en toda su longitud, subdivididas en rectángulos de 25 x 5 metros separados unos de otros 4 metros y observando simetría. Mal distanciado y de pequeña área, este enterratorio no sirvió a la población sino un corto tiempo, 3 años y 4 meses escasos. Fue clausurado el 14 de abril de 1871, cuando la epidemia de fiebre amarilla que azotó ese año a la ciudad se encontraba en recrudescencia, habilitándose con tal motivo el Cementerio denominado de la Chacarita ..." (29)
Según vimos, por ordenanza de 1872 se levantó un monumento a los caídos víctimas del deber, pero el 23 de septiembre de 1884, el Intendente Torcuato de Alvear pide al Presidente del Honorable Concejo Deliberante, Dr. Alberto Larroque $ 14.000.m/n para erigir un nuevo monumento. (30)
Recuerda Llanes que “... la primera de las obras (de arte escultórico) emplazadas en la zona de los Corrales es la de carácter fúnebre erigida en el año 1889 en memoria de las víctimas de la fiebre amarilla que diezmara a la población de Buenos Aires en 1871. El autor de tan impresionante trabajo fue el artista uruguayo Juan M. Ferrari...” (31), información que evidentemente contradice las aparecidas en los documentos del municipio. Este artista fue el que realizó el Monumento al Ejército de los Andes que se yergue en el Cerro de la Gloria, en la precordillera mendocina.
En reiteradas oportunidades se habla de los deterioros que se producen en el cementerio y de las mejoras que deben hacerse en el monumento, concluído hacia 1873 y motivo de numerosas reparaciones por la mala calidad del material empleado en su construcción, a pesar de lo cual subsiste todavía.
“Este es el cementerio más visitado por los habitantes de Buenos Aires, porque contiene la mayor parte de los cadáveres de las personas fallecidas durante la epidemia de fiebre amarilla ... el monumento ... se halla en malísimo estado porque fue mal construido y se emplearon en él pésimos materiales...”, nos confirma al respecto la Memoria de 1876, dando razón a las preocupaciones que el intendente expresará algunos años después.
Encontramos que estas preocupaciones se reiteran en las Memorias de los años sucesivos, siendo la principal el monumento. Así, en 1878 “...el Cementerio del Sur continúa clausurado, haciéndose ya indispensables algunas reparaciones en el monumento levantado en honor a los que sucumbieron prestando servicios en la epidemia de 1871... Una parte del edificio de éste fue cedida para ocuparla por un tiempo con una escuela pública, favoreciendo aquella localidad.” (32)
En una nota de Alvear al Ing. Juan A. Buschiazzo del 16 de noviembre de 1881, leemos que “El domingo último con motivo de una visita que hice al Cementerio del Sud, tuve ocasión de conocer el estado de deterioro en que se encuentra el monumento levantado en él a la memoria de los que como los Doctores José Roque Perez, Bosch, Argerich, Zapiola, Molina, Señorans, Muñiz, Amoedo y otros, sucumbieron víctimas de su abnegación durante la epidemia de fiebre amarilla que diezmó esta ciudad en el año 1871. Ese estado no puede ni debe continuar por más tiempo, porque él importaría el olvido é desconocimiento del mérito contraído por los que, guiados por el solo amor a sus semejantes, no vacilaron en hacer en su favor hasta el sacrificio de sus vidas. Sírvase Ud. pues, trasladarse inmediatamente al establecimiento mencionado, y formar el presupuesto de las refacciones que requiere el citado monumento, para dar principio a ellas a la mayor brevedad.” (33)
En el mismo texto vemos además que “... una parte del edificio que en 28 de marzo de 1878 se cedió al Consejo Escolar de la Parroquia de San Cristóbal con destino a un colegio y cuyo ensanche fue pedido después, ha sido ultimamente abandonado y será necesario ejecutar reparaciones serias para que no se deteriore por completo.”
Solo estaban permitidas las exhumaciones. Los permisos respectivos se otorgaban luego de haber trascurrido los siete años que el Consejo de Higiene indicaba como mínimum para hacerlas, “... pues se trata de cadáveres epidémicos y solo es permitido en los meses de invierno... cuando no existe peligro alguno de contagio.” (34)
Como ejemplo de los traslados de cadáveres que se registraban, daremos como ejemplo los del año 1877. Fueron en total 159, que se hicieron de la siguiente forma : 5 a bóvedas del mismo cementerio; 144 al del Norte; 2 a Francia; 1 a Italia; 1 a San Juan; 1 al cementerio de Flores; 1 al de Quilmes y 4 al de Montevideo. (35)
Las luchas de la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, en junio de 1880, tuvieron en las áreas vecinas al cementerio una intensidad mayor que en otros barrios. Muchos fueron los muertos, y si bien no contamos con una estadística cierta de cuántos fueron sepultados en este enterratorio.
La Memoria Municipal de 1884 trae una referencia poco precisa, ya que indica que “...Durante los sucesos de 1880 fue habilitado por unos días, dándose sepultura a 240 cadáveres, de manera que el número total de inhumados en este enterratorio hoy clausurado, asciende a 18.600.” Al haber desaparecido –en apariencia– los libros de esta necrópolis, no podemos establecer con certeza la cifra. (36) Transcribe Enrique H. Puccia una nota dirigida al Inspector General de la Municipalidad, en la que se le informa que debía proceder a la “... traslación de los cadáveres... tomando los desinfectantes necesarios y cajones respectivos, a fin de conducirlos al Cementerio del Sud, debiendo dar cuenta inmediatamente de ejecutado este encargo”. Agrega a lo antes expresado, un recuerdo del Sargento Mayor de Línea Narciso Barnes, cuya viuda, Teófila, se dirige el 26 de junio de 1880 a Gervasio Videla Dorna, por entonces presidente de la Municipalidad, para pedirle le sea permitido extraer el cadáver de su esposo, muerto el 21 de junio del mismo año “... al frente de su escuadrón en la defensa de Buenos Aires (y cuyo cadaver)... se encuentra en el Cementerio del Sur.” (37)
Llegado el año 1888, el cementerio permanecía clausurado, mientras la zona que se iba transformando. Ya funcionaba, sobre la calle Uspallata, el Hospital Muñiz, y sobre el frente del otro lado de Caseros, la Cárcel de Encausados. La creciente población de la recién nacida Capital Federal iba transformando el sector. (38)
“Clausurado éste desde 1871, es atendido para su conservación y aseo por un conserge y la dotación de peones necesarios. Se ha tratado de dificultar en lo posible durante el año las exhumaciones, que son solicitadas por deudos de los que allí se encuentran inhumados, y cuando se otorga permiso en los meses de mayo a agosto, que lo permite la Ordenanza respectiva, se ha hecho con las mayores precauciones, a pesar de los años que van trascurridos desde la epidemia de la fiebre amarilla. Siendo necesarias en él algunas reparaciones se ordenaron los trabajos a la oficina de Obras Públicas, pero no le ha sido posible ejecutarlas aún, por otras atenciones de carácter más urgente á que ha tenido ésta que dedicarse y el poco personal con que cuenta.”
Ya en 1899, una sesión extraordinaria del Concejo Deliberante había dispuesto la utilización de este predio como paseo público, hasta que, por fin, una disposición del mismo cuerpo, del 24 de agosto de 1892, lo destinó a “Parque Bernardino Rivadavia”, determinando que en los meses de mayo y junio de 1893 (artículo 3º) debía procederse a la exhumación y traslado al Cementerio del Oeste, de los numerosos restos que allí descansaban. Se dispuso además que una vez vencido dicho plazo, se retiraran las cruces y ornamentos y se iniciaran los trabajos de formación del parque. No todos los cuerpos sepultados se exhumaron, quedando hasta hoy perdidos bajo el césped del parque.
Para 1896 el intendente Francisco Alcobendas informa al referirse al Parque Bernardino Rivadavia, que ha dispuesto la demolición, por innecesarias, de las construcciones que flanqueaban la entrada en la calle de Caseros, “... y de la puerta de hierro han sido retirados los atributos funerarios que la decoraban. No hay urgencia en apresurar los trabajos accesorios de embellecimiento de este parque, desde que pasarán algunos años antes de que el barrio en que se halla ubicado condense una población numerosa que lo frecuente.” (39)
Al año siguiente continúan las mejoras, se colocaron cañerías de agua para riego y delineado nuevos canteros, caminos y praderas, así como cultivado árboles en un vivero provisional allí establecido, mientras que "Han desaparecido en su mayor parte las antiguas construcciones que ocultaban el Parque desde la calle de Caseros, y las que aún están en pie serán demolidas en breve plazo.”
Para 1926, el Intendente Noel deseaba que, de hacerse efectiva la demolición de los Arsenales vecinos y de la Cárcel de Encausados, el Parque Rivadavia se integre a esos espacios “... para formar dentro de la parte densamente poblada de la zona Sud del Municipio, el Parque Público que su crecido número de habitantes exije... desde que su realización ofrecerá grandes beneficios tanto desde el punto de vista estético como del de la higiene y bienestar de esa importante zona.” (40)
Estamos a principios del siglo XXI, y nada de eso se ha hecho –ni se hará– realidad. Aunque aparentemente la Cárcel será derribada en un plazo relativamente breve, la construcción del Hospital Juan P. Garrahan en el sector de los terrenos de los viejos cuarteles lindante con la calle 15 de Noviembre de 1889, impedirá la integración de esos espacios en un gran Parque Público como se pretendía hace más de sesenta años.
Si en la Memoria Municipal de 1886 el terreno del todavía cementerio cubría una superficie era de 47.458 m2., en la de 1890/1892, seguramente por la delineación definitiva de las calles que lo circundan, redujo su superficie a 43.301 m2. Aunque... digamos también que de acuerdo al Nomenclador de Parques y Paseos del año 1998, la superficie del Parque Florentino Ameghino es de 46.722 metros cuadrados, estando rodeado por las actuales calles Caseros al Norte, Santa Cruz al Este, Uspallata al Sur y Monasterio al Oeste.
Por un informe de 1927 nos enteramos que las veredas y caminos abarcaban una superficie de 17.295 metros cuadrados. En el mismo año la Comisión Directiva de “Los Amigos de la Ciudad” presenta ante la Intendencia un expediente solicitando “...la colocación de bancos, arreglos de caminos y canteros, provisión de luz y construcción de una plataforma para conciertos y actos de carácter popular en el (todavía) Parque Rivadavia.” (41)
El Intendente Casco dice que “...las mejoras gestionadas son necesarias para el arreglo de ese Parque, el que por su arboleda constituye un paseo apropiado para solaz del vecindario y, comprendiéndolo así este D.E. ha autorizado la ejecución de los trabajos relativos al alumbrado, como asi mismo la colocación de bancos tan pronto se provean los destinados a atender las exigencias del corriente año. Además, en lugar de la plataforma para conciertos que también se solicita, se ha llevado a cabo, por cuerda separada, la construcción de un palco desarmable para los actos que ejecuta la Banda Municipal y que por sus características, puede ser emplazado en cualquier punto.”
A través de la Ordenanza Municipal Nro. 2703 del día 25 de junio de 1928, el parque recibe la denominación del sabio autor de “La antigüedad del hombre en el Plata ”, Dr. Florentino Ameghino, nacido en 1858 y fallecido en el año 1911. Por la misma ordenanza, el nombre de Rivadavia será transferido para el parque que se estaba preparando en la recién adquirida quinta de Lezica, en el barrio del Caballito, sobre la avenida Rivadavia al 4800.
En el año 1928, encontramos un proyecto de resolución del Concejo Deliberante, en el que los concejales Angel Gimenez y Miguel Briuolo solicitan al Departamento Ejecutivo que proceda “... a la brevedad al arreglo de caminos, reposición de césped, limpieza del monumento a los caídos por la fiebre amarilla, pintura de la verja, aumento de bancos y limpieza de los existentes en la Plaza Ameghino (ex-Rivadavia)”, pero su estado de abandono será persistente, tal vez por la poca atención que los barrios del sur suelen generar en las autoridades ciudadanas.
Y así damos fin a esta pequeña historia de uno de los rincones casi olvidados por los porteños del 2000, escenario además de hechos que marcaron por años a varias generaciones de argentinos, como ser receptor de los caídos por las epidemias de cólera de 1867 y 1868, la de fiebre amarilla de 1871 y escenario de algunas de las batallas de las luchas por la federalización en 1880.
Actas de la Corporación Municipal (A.C.M.) Archivo del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (A.I.H.C.B.A.) Boletines Municipales (B.M.) Memorias Municipales (M.M.)
• Alfonsín, Jorge, El Cementerio viejo de Chacarita, Buenos Aires, Junta de Estudios Históricos de Villa Ortuzar, 1994. • Barela, Liliana y Villagrán Padilla, Julio, Notas sobre la epidemia de fiebre amarilla, en Revista Histórica, Tomo III, Nro. 7, Buenos Aires, Julio-Diciembre de 1980. • Bourdè, Guy, Buenos Aires: Urbanización e Inmigración, Buenos Aires, Editorial Huemul, Colección Temas Básicos, 1977. • Departamento Topográfico de la Provincia de Buenos Aires, Plano Topográfico de la Ciudad de Buenos Aires y de todo su Municipio incluyendo parte de los Partidos de Belgrano, San José de Flores y Barracas al Sur, Buenos Aires, 1867. • Dirección General de Organización, Métodos y Estadística, Subsecretaría de Sistemas de Información, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Anuario Estadístico de la Ciudad de Buenos Aires, 1997. • D´Onofrio, Arminda, La época y el arte de Prilidiano Pueyrredón, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1944. • Echeverría, Esteban, La Cautiva . El Matadero . Ojeada retrospectiva, Buenos Aires, Capítulo – Biblioteca Argentina Fundamental, Centro Editor de América Latina (CEAL) 1979. • Maroni, José Juan, La Convalescencia: olvidado topónimo porteño, en Boletín del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, Nro. 8, 1983. • Martín, Luis J., El servicio fúnebre en Buenos Aires durante el Siglo XIX, en “ Gazeta de Buenos Ayres ”, Boletín Informativo Mensual de la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad, Buenos Aires, Año II, Nº 11, agosto de 1999. • Montoya, Alfredo, Historia de los saladeros argentinos, Buenos Aires, Editorial Raigal, 1956. • Mouchet, Carlos (coordinador), Evolución Institucional del Municipio de la Ciudad de Buenos Aires, Ediciones del H. Concejo Deliberante, Buenos Aires, 1995, 2da. edición. • Núñez, Luis F., Los Cementerios, Almario de Buenos Aires, Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación, Junio de 1970. • Puccia, Enrique Horacio, Corrales Viejos, sus hechos y tradiciones, Buenos Aires, Museo y Biblioteca de los Corrales Viejos, 1980. • Recalde, Héctor, El cólera en la Argentina, en Revista “ Todo es Historia ”, Buenos Aires, Nº 286, Abril de 1991. • Sáenz Quesada, María, El Estado rebelde – Buenos Aires entre 1850/1860, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
1 – Memoria Municipal (en adelante MM), año 1859. Los miembros de la comisión eran Ventura Bosch, presidente, Mariano Miró, tesorero y Felipe Botet, secretario. 2 – MM de 1860. 3 - Actas de la Corporación Municipal (en adelante ACM), año 1861. 4 – MM de 1861. 5 - Debe tratarse de un error de impresión de la Memoria de ese año, no reconstrucción sino construcción 6 - MM de 1866. 7 - MM de 1866. 8 - ACM de 1866. 9 - Archivo del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires en adelante AIHCBA), documentación de 1867. 10 - ACM de 1867. 11 - AIHCBA de 1867. 12 - Claudio Amoedo y Leopoldo Montes de Oca era dos caracterizados médicos de la época, Puiggari era el Químico Municipal y Pellegrini (padre del después vicepresidente) era Ingeniero de la Municipalidad. 13 - AIHCBA 1867. Avellaneda era Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. 14 - AIHCBA, 1867. Todavía el área pertenecía al Partido de San José de Flores. 15 - Se refiere al ramal del Ferrocarril del Oeste que por treinta años atravesó el terreno de Benavente, transportando basuras, carne, pasajeros y carbón entre las estaciones Once de Septiembre y Riachuelo, corriendo por las actuales calles Sanchez de Loria, Oruro, Deán Funes y Zavaleta. 16 - ACM de 1867. 17 - Evolución Institucional..., op. cit. Luego, la Ley Nº 1899 de la provincia, dictada el 28 de septiembre de 1887, termina de ceder a la capital la superficie territorial total ocupada por los partidos de San José de Flores y Belgrano, que desaparecen desde entonces para integrarse definitivamente con la ciudad. A su vez, el Congreso de la Nación dicta la Ley Nº 2089, aceptando la cesión de los partidos mencionados, para anexarlos y federalizarlos. 18 - Departamento Topográfico de la Provincia de Buenos Ayres, Plano Topográfico de la Ciudad de Buenos Aires y de todo su Municipio incluyendo parte de los Partidos de Belgrano, San José de Flores y Barracas al Sur, Buenos Aires, 1867. 19 - Alfonsín, Jorge, El Cementerio viejo de Chacarita, Buenos Aires, Junta de Estudios Históricos de Villa Ortuzar, 1994. 20 - Barela, Liliana y Villagrán Padilla, Julio, Notas sobre la epidemia de fiebre amarilla, en Revista Histórica, Tomo III, Nro. 7, Buenos Aires, Julio-Diciembre de 1980. 21 - ACM de 1867. 22 - ACM del 24 de abril de 1868. 23 - ACM del 28 de junio de 1868. 24 - ACM del 9 de agosto de 1870. 25 - ACM del 7 de septiembre de 1871, p. 271. 26 - MM de 1873. 27 - Claudio Mejía fue miembro de la Corporación Municipal entre los años 1861 y 1865. 28 - También este es un error, ya que comprobamos que se había comenzado a utilizar días antes. 29 - MM de 1884, p. 259. 30 - Que según Rafael Berrutti, no se aplicó. 31 - Llanes, op. cit. 32 - MM de 1878. 33 - MM de 1881. 34 - MM de 1881. 35 - MM de 1877. 36 - MM de 1884, p.259. 37 - Puccia, Enrique Horacio, Corrales Viejos, sus hechos y tradiciones, Buenos Aires, Museo y Biblioteca de los Corrales Viejos, 1980, p. 42. 38 - MM de 1888. 39 - MM de 1896. 40 - Boletín Municipal (en adelante BM) del 6-11-1926, pp. 2134 / 5. 41 - BM del 30 de julio de 1927, p. 2063.
Una primera edición de este trabajo se publicó en el Nº 4, AÑO I (Junio de 2000), de "HISTORIAS DE LA CIUDAD - Una revista de Buenos Aires", con el título "Proyectos de construcción y problemas en el Cementerio del Sud".